sábado, 16 de mayo de 2015

Lo oculto y lo íntimo

Esta fotografía publicada ayer en El País me ha hecho recordar un relato que escribí hace algún tiempo, titulado "Manos".


La imagen forma parte de una muestra fotográfica por entregas denominada No oculto nada. En ella, y con la corrupción como telón de fondo, Alberto Schommer retrata a diversos políticos madrileños mostrando las palmas de las manos.

Del video de presentación del proyecto me resultan interesantes las últimas explicaciones del autor. Después de hablar de la relación que él intuye entre unas manos limpias y la honestidad, dice lo siguiente sobre la técnica utilizada: "La fotografía analógica tiene una sensación que es suave, envolvente y que, realmente, es sensual". Como si en realidad se refiriera a desnudos...


"Manos"

Me había apuntado a un curso de teatro. Aunque era el primer día de clase, el profesor no se anduvo con contemplaciones: como ejercicio para conocernos ofreceríamos las manos a un compañero para que éste las explorara con el olfato. Se oyeron algunas risas nerviosas.

Siguiendo sus instrucciones, la chica que tenía al lado se colocó frente a mí. Los dos mediríamos más o menos lo mismo. Me fijé en su pelo: largo, lacio, de un castaño claro. Lo llevaba recogido de modo casual, tan casual como la ropa deportiva que vestía. En su cara, delgada y de ojos vivos, se dibujó una sonrisa.

Nunca había pensado que pudiera sentir las manos desnudas, pero al abrirlas ante ella esa fue la sensación que me invadió. ¿Me las había lavado hoy? Sólo recordaba la ducha de la mañana. ¿Qué había tocado, retenido, manoseado desde entonces? ¿Habría quedado en ellas alguna huella vergonzosa? Me sentí expuesto e impuro. Y noté que me ruborizaba.

Que ella cerrara los ojos poco iba a cambiar, pero agradecí que lo hiciera. Primero con acercamientos tímidos, y paulatinamente de forma más confiada empezó a olfatear las palmas de mis manos, palmas que yo intentaba convertir en pantallas que me alejaran de allí. Aún así nada podía hacer por dejar de notar su respiración sobre la tensión de mi piel. Lleno de inquietud temí que se atreviera a subir más. Y así fue: pronto emergió entre mis dedos. Su rostro, impetuoso, fue introduciéndose entre ellos, presionándolos incluso, o posándose sobre las yemas. Mis manos se iban ahuecando. En ocasiones, cuando los localizaba, se demoraba en algún lugar para aspirar más profundamente cada uno de mis olores, fueran éstos ocres o azulados, húmedos o agrios. Mi indefensión era completa; ya nada podía ocultarle. El corazón me latía con fuerza. Sin poder dejar de mirarla la vi ascender ahora por el lateral de mi dedo medio. Como reclamada por un hallazgo, súbitamente se detuvo en un punto muy concreto durante unos segundos. Entonces su gesto se endureció e, inesperadamente, un fuerte gemido surgió desde muy dentro de su ser. Estremecido, y no teniendo ocasión para reprimirlo, mi cuerpo replicó con otro quejido idéntico: corto, profundo, reflejo. El tiempo se detuvo, fijos ambos en aquel descubrimiento.


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