miércoles, 18 de agosto de 2021

Corazón de cristal

«Aquel que sabe no huir de su propia angustia, será también aquel que no huya de su propio deseo» 
Jacques Lacan

 

Photo by muffinbasket on Foter.com


Me pregunto en este escrito sobre la experiencia humana del sufrimiento, algo que en último término se desarrolla en nuestra mente y que para algunas personas y situaciones puede llegar a ser tan “Fuerte como la muerte”, según ilustra muy bien la novela de Guy de Maupassant.

¿Por qué sufrimos? ¿Se puede sufrir menos o dejar de sufrir? ¿Sufrimos todos por igual ante circunstancias similares? Buscaré características del sufrir y del sufridor para intentar encontrar respuestas.

Para ello, me apoyaré bastante en "El malestar de la cultura" de Freud (1930; pdf), donde alguien tan referencial como él ya estudió el tema (o una parte fundamental del mismo). Asimismo, Freud siempre es un buen aliado para mantener, al menos, un pie en tierra.

Vaya por delante que todo lo que sigue parte de las reflexiones personales de alguien que para nada es experto en psicología, sociología, neurología, medicina, etc. Tan solo un ser diletante.

Expulsados del paraíso

Empezaré comentando algo que rondaba mi cabeza hace poco y que vi casualmente reflejado en un artículo sobre el libro de J. M. Esquirol “La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad”. En él se decía: «como reitera Esquirol, la nuestra es una vida en las afueras, expulsada del paraíso, enfrentada a su radical finitud, y, con ello, a los límites inherentes a toda aspiración».

Sí, yo ya había llegado hacía poco a una conclusión parecida: el paraíso no existe (de vez en cuando cree uno darse cuenta). Y ello pensando que cierta cantidad de sufrimiento es inevitable y que debemos aceptarla.

Freud tampoco era muy optimista al respecto. Para él, «la “Creación” no incluye el propósito de que el hombre sea “feliz”», y siempre «la realidad es la más fuerte». Además, explicaba: «Lo que en el sentido más estricto se llama felicidad, surge de la satisfacción, casi siempre instantánea, de necesidades acumuladas que han alcanzado elevada tensión, y de acuerdo con esta índole solo puede darse como fenómeno episódico. Toda persistencia de una situación anhelada por el principio del placer solo proporciona una sensación de tibio bienestar, pues nuestra disposición no nos permite gozar intensamente sino el contraste, pero solo en muy escasa medida lo estable. Así, nuestras facultades de felicidad están ya limitadas en principio por nuestra propia constitución. En cambio, nos es mucho menos difícil experimentar la desgracia». 

Siguiendo con el esquivo paraíso, y en términos menos orgánicos, también recuerdo algo que una vez me dijo mi psicoanalista Ignacio Ruíz Lafita (aunque fuera hablando de otra cosa). Me explicó que si tuviéramos unas gafas especiales, con ellas veríamos que todas las personas que van por la calle llevan un chupete puesto, como los bebés. Según él, hasta que morimos todos intentamos volver a un estado cero de calma absoluta: al "huevo", al útero. (En psicoanálisis, a esto se le llama goce, como opuesto a deseo).

De la misma manera, en su libro "Ciudad sobre ciudad" (2001), y hablando del amor-pasión como una de las emociones asociadas a la filosofía, Eugenio Trías señala que la "experiencia de feliz unión con el principio matricial ["un pasado inmemorial que nunca jamás fue presente; un pasado que siempre insiste en ser pasado", añadirá después] constituye el paradigma mismo de una experiencia de felicidad edénica o paradisíaca: el máximo de felicidad que es dado recordar en esta vida. En relación a ella nuestra vida es, a la vez, una rememoración nostálgica de esa felicidad alguna vez experimentada y una amarga experiencia de exilio y éxodo que asociamos al desnudo hecho de existir...". Más adelante continúa: "Y esa evidencia del límite se experimenta como vertiginoso deseo de traspasar ese umbral y sumergirse en una unión fusiva y letal con ese principio matricial".

Es decir, y aunque la realidad sea tozuda al respecto, podría decirse que íntimamente todos nos negamos a aceptar la inexistencia del Paraíso (situándolo al mismo tiempo en lugares que suponen la más absoluta de las renuncias o imposibilidades). Pero, ¿no es ya lo anterior una razón suficiente para sufrir?


Sufridores y sufridos

Es interesante señalar desde el principio una especie de ambivalencia que hay en la propia definición de sufrimiento.

Además del sentido de angustia, padecimiento, aflicción..., la RAE le asigna una segunda acepción que es la de tolerancia al mismo (es decir, de forma curiosa, “sufrimiento” sería tanto sufrimiento como sufrimiento resignado o paciente). Este segundo significado se usa por ejemplo en ámbitos como el deportivo o el religioso, donde una meta compensaría o comprendería la penuria que su consecución conlleva, apuntando también a que el sufrimiento podría ser “atravesado” en pos de algo superior. Sería el caso de los sufridores "sufridos".

Recordemos además que la figura más influyente de la historia de occidente y de nuestro imaginario colectivo, Jesús de Nazaret, lo es precisamente en función de ser uno de ellos.

“Bella ciao” (“Adiós guapa”) resumiría el duro precio a pagar:

“Bella Ciao”- Manu Chao

Por otro lado, el término “sufridor” (que sufre) tiene un matiz popular asociado que parece indicar que los sufridores ejercen como tales por voluntad propia, como si en el fondo tuvieran la opción de no sufrir.


Vividores y sufridores


En principio, parece que existen unas personalidades más inmunes al sufrimiento que otras. Y no me refiero a quienes tienden a evitarlo toda costa, que también los hay, sino a aquellos/as que directamente dan la impresión de no saber qué es eso.

Por su contraste con el sufridor profesional (a quien sobre todo va dirigido este escrito), me parece interesante detenerme en ellos.

Así, ahí tenemos por ejemplo a “Zorba el griego”, el personaje de la película de 1964 de Michael Cacoyannis y el de la novela de 1946 de Nikos Kazantzakis en la que está basada. Zorba es un buscavidas rústico, pillo, vitalista, hedonista y altamente seductor cuyo temperamento se contrapone al del protagonista principal de la historia, Basil, un escritor de carácter sensible, cohibido, introvertido e intelectual (el candidato perfecto a sufridor). En una de sus muchas conversaciones, Zorba le dice a Basil: "Jefe, la vida es un problema, solo la muerte no lo es. Estar vivo es quitarse el cinturón y buscar problemas".

El carácter de Zorba se daría también en Mynheer Peeperkorn, el peculiar personaje de La Montaña Mágica (1918, Thomas Mann) que fascina por idénticas razones al protagonista de esta novela, al apocado y frágil, aunque ávido de conocimiento, Hans Castorp. Según Wikipedia, Peeperkorn “representa la capacidad de sentir y de gozar intensamente de la vida, en contraposición al intelectualismo”. Alto, grande y de gestos majestuosos, irradia y contagia vitalidad, compartiendo con los demás (o imponiendo, si hace falta) su devoción por los placeres que él llama sencillos o naturales: el buen comer, el buen beber… Peeperkorn (cuya boca es descrita sin embargo en la novela como “dolorosa y desgarrada”) “no puede soportar sacrificar la intensidad de la emoción a las exigencias de la vida cotidiana” (cliffsnotes.com). Siente “una necesidad extraordinaria de confortarse”. 

«¿No es acaso la civilización una cuestión de entusiasmo, de embriaguez, de sentimiento deleitoso, más que de clarividencia y de elocuencia?»

«El dinamismo era lo importante en el mundo de la materia; todo es dinamismo, decía Peeperkorn, lo demás está condicionado a él».

De comportamientos en ocasiones también coléricos y autoritarios, tanto Zorba como Peeperkorn son además personalidades “extractivas”: el uno, socio-capataz de una mina y promotor de una explotación maderera; el otro, rico cultivador colonial de café. Para ellos, satisfacer sus pasiones parece requerir primero trasvasar bienes desde la naturaleza hacia sus bolsillos. 

Como nota curiosa final de este capítulo, añadir que en las dos historias existe una atracción o necesidad mutua entre personajes de distinto signo (Zorba/Basil, PeeperKorn/Castpor); no solo del intelectual hacia el vividor, sino también al revés. Hay algo que les une, abriéndose la puerta a mi parecer a un punto intermedio óptimo.

"Enséñame a bailar", le dice Alan Bates a Anthony Quinn en la escena final de la película Zorba el griego:


Zorba el griego - escena Sirtaki


Las fuentes del sufrimiento


Motivos para padecer y sufrir hay muchos y muy variados. Dejo a continuación una lista de casos que se me han ocurrido: 

Podemos sufrir: por un dolor o un displacer persistente; por perder algo o a alguien; por la merma de nuestras capacidades; por el menoscabo de nuestra imagen; por ser rechazados; por sentirnos excluidos; por enfrentarnos a una gran espera o disyuntiva; por estar sometidos a imposiciones o amenazas; por tener que hacer o estar haciendo algo que no queremos hacer; por la ruptura de nuestras expectativas o planes; por romper las de los demás; por ser testigos de injusticias; por el sufrimiento del prójimo…

Según su origen, en “El malestar de la cultura” Freud clasificaba las fuentes de sufrimiento en tres tipos posibles: las que se deben al propio cuerpo, a la naturaleza y a las relaciones con otros seres humanos (y puntualizaba: «El sufrimiento que emana de esta última fuente quizá nos sea más doloroso que cualquier otro; tendemos a considerarlo como una adición más o menos gratuita, pese a que bien podría ser un destino tan ineludible como el sufrimiento de distinto origen»).

En primer lugar, vemos que cabría distinguir entre motivaciones físicas u orgánicas y motivaciones emocionales. Sin embargo, desde la neurociencia se nos dice que, a nivel de cerebro, los dolores físicos y los emocionales son idénticos. Y, según Freud, «en última instancia todo sufrimiento no es más que una sensación; solo existe en tanto lo sentimos». Por lo tanto, no consideraremos aquí diferencias entre fuentes físicas y fuentes emocionales.

De otra parte, podríamos diferenciar el sufrimiento que se basa en una realidad consumada de aquel que nace de una anticipación mental (negativa). Si de ventajas pudiéramos hablar, diríamos que el primero, aunque más punzante en intensidad, da la posibilidad de un periodo de duelo de superación del que los segundos carecen. En cualquier caso, para el sufridor experimentado una realidad dolorosa consumada siempre es algo que previamente ha temido o podido temer.


Hacia la raíz del sufrimiento


Siendo el sufrimiento un hecho personal que ocurre en la mente de cada uno, salvo en casos extremos no debemos confundir sus fuentes (algunas de ellas nombradas en el apartado anterior) con sus causas reales. Y es que, en mi opinión, el sufridor o futuro sufridor tiende a hacerlo, a confundir detonantes con causas, siendo este uno de los principales problemas (se llega incluso a asociar sufrimiento con dolor, cuando en realidad el dolor puede ser una antesala del sufrimiento, pero no el sufrimiento mismo).

Esta tendencia a equivocar y externalizar las causas creo que se entiende mejor con un símil cercano: el de la picadura de un mosquito. Cuando nos ocurre, normalmente creemos que el picor cutáneo (“prurito”*, en medicina) y la roncha que se producen nos las causa el mosquito, cuando en realidad se deben a la reacción o respuesta de nuestro propio cuerpo, cuyo sistema de defensa segrega la verdadera causante: la histamina (la respuesta inmunológica es además distinta en intensidad según cada persona, dándose el caso de sobre-reacciones). Pues bien, de manera parecida, es decir, oculta y participativa, creo que también puede llegar a comportarse nuestro sistema psíquico con respecto al sufrimiento (aunque no siempre, como pasaría en el símil si en vez de la picadura de un mosquito consideráramos la de una avispa, donde el veneno sí produce más "directamente” el dolor). Siguiendo con el paralelismo, que da para más, y adelantándonos algo en el análisis, podríamos decir además que igual que rascarse una picadura no es una buena estrategia, aunque sintamos la necesidad y nos procure un alivio o desahogo provisional, intentar tapar con placer un dolor emocional nos hace a la larga dependientes de él, y ello sin solucionar el problema de fondo. Es mejor conocer la verdadera causa para poder aplicar la solución adecuada (por ejemplo, un antihistamínico), aunque en la mayoría de las ocasiones lo óptimo sea no hacer caso, interesarse en otras cosas y esperar a que el “picor” se vaya solo, que no suele tardar (fórmula esta, además, superior al medicamento en riqueza pedagógica y economía); también sirve ahuyentar los “mosquitos”, irse a un sitio donde no hayan, etc. (El simbolismo aplicado a las avispas también tiene su moraleja: estas solo nos pican si las molestamos o andamos desprevenidos o por donde no debemos).

Empezando ya con la búsqueda de causas más profundas para el sufrimiento (más allá de sus detonantes), de forma inicial nos encontramos con el argumento que podríamos llamar “evolucionista”, y que también aplicaría aquí: gracias al sufrimiento y a la necesidad que sentimos de evitarlo, la especie humana se dotaría de un mecanismo muy potente de conservación de la vida (debido a la anticipación del problema, a la previsión, al lazo social que genera...). 

Bien, lo malo es que esta explicación tampoco sirve de mucho en términos prácticos (más allá de ayudarnos a practicar la tolerancia y tomar nota de que quizás el ser humano lleve en los genes la desconfianza, elemento que, como veremos, tocaría muy de lleno al sufrimiento). Además, en su gran parte, la humanidad ya se alejó hace tiempo de la evolución natural, estando ahora en plena evolución cultural. De hecho, tampoco estoy muy convencido de que el sufrimiento como tal existiera en la “primera fase”, al menos no como algo a tapar, a evitar o a gozar, que son los casos que tratamos. (La teoría evolucionista creo que aplicaría más bien al dolor que al sufrimiento). 

Por suerte, la aportación de Freud resulta de mayor recorrido. En el texto que nos viene sirviendo de referencia, el psicoanalista austriaco llegó a sus propias conclusiones respecto al origen último del sufrimiento común. De esta forma lo resume la entrada de Wikipedia de El malestar de la cultura: «El tema principal de la obra es el irremediable antagonismo existente entre las exigencias pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura.​ Es decir, una contradicción entre la cultura y las pulsiones donde rige lo siguiente: mientras la cultura intenta instaurar unidades sociales cada vez mayores, restringe para ello el despliegue y la satisfacción de las pulsiones sexuales y agresivas, transformando una parte de la pulsión agresiva en sentimiento de culpa. Por eso, la cultura genera insatisfacción y sufrimiento. Cuanto más se desarrolla la cultura, más crece el malestar». 

Es decir, según Freud sufriríamos por tener que reprimir determinados instintos.

La agudeza y potencia de esta hipótesis se comprueban de primera mano si reparamos por ejemplo en determinadas insurrecciones sociales actuales, revueltas que van acompañadas de la cada vez más presente actitud negacionista. Por ejemplo, con respecto a la pandemia del Covid-19 (por no hablar del “cambio climático”, etc.), y contra todas las evidencias, son muchas las voces que se quejan amargamente por las restricciones impuestas (confinamiento, toque de queda, cierre de bares, uso de la mascarilla, etc.). Sienten su “libertad” invadida, y el mal trago que pasan por no poder atender sus “pulsiones o necesidades primarias” les impide empatizar con la gravedad de las consecuencias que su posición tiene para otros, e incluso para ellos mismos. Muchas de estas personas suelen además esgrimir el liberalismo para defenderse, cuando en realidad, aplicando la teoría de Freud, lo que ocurriría es que para ellos/as estas cuotas de represión resultan demasiado dolorosas anímicamente.

Dicho sea de paso, ese negacionismo se produce también entre personas que, aun declarando su conocimiento sobre cualquier problema, se comportan de forma contraria a él. Serían los negacionistas de facto, o negacionistas del negacionismo, quizás más problemáticos en la práctica que los primeros. Como ejemplo concreto se podría citar el famoso chuletón del Presidente.

Una conclusión personal a la que he llegado al respecto es que las personas somos capaces casi de cualquier cosa por evitar el sufrimiento o enfrentarnos a él, y podemos aferrarnos de la forma más necia e hipócrita imaginable a todo aquello que nos permita sortearlo (mecanismos de confianza/seguridad o de evitación que hemos desarrollado o heredado).

Volviendo a la teoría de Freud, lo que menos se entiende en mi opinión de ella es la acotación que hace de determinados tipos de instintos, apuntando solo a la represión de los sexuales y de los agresivos (ahí no acaban los instintos, hay más: el gregario, el maternal, el hambre, el sueño…). Quizás lo anterior sea porque su escrito se refiera a la generalidad de las personas, en las que seguramente él vería prevalecer la vocación “vitalista” e incluso “vividora” (y a los que consideraría como “sanos”). Para mí, sin embargo, el daño emocional puede ampliarse a la represión de cualquier tipo de instinto. De hecho, para el sufridor que podríamos llamar nato, el problema a mi entender sería la contención extensiva de instintos, más allá incluso de aquello a lo que la sociedad obliga (o de lo sano).** 


*Me parece interesante presentar las dos acepciones que tiene el término “Prurito”: 1. Deseo constante, y a veces excesivo, de hacer una cosa de la forma más completa o perfecta posible. "Tiene un gran prurito profesional y nunca deja las cosas a medias". 2. (medicina). Picor que se siente en una parte del cuerpo o en todo él y que provoca la necesidad o el deseo de rascarse.

**En otro texto de este blog, El grupo como deseo, llegué a la conclusión, también generalista, de que la represión se estaría produciendo debido a un conflicto interno entre instintos al que el humano se ve abocado, llevándole a reprimir unos para satisfacer otros. Pero es cierto que no a todo el mundo le pasa en igual amplitud, que hay personas que tienden a reprimir más.


Antídotos contra la angustia


Con lo que tenemos hasta ahora, veamos qué estrategias podríamos utilizar en principio para contrarrestar el sufrimiento. Me apoyaré en parte en las opciones que plantea el propio Freud en “El Malestar de la cultura”. 

Antídotos contra la angustia (más o menos conocidos): 
  • La búsqueda de entornos menos problemáticos y más adecuados para cada uno (el caso extremo sería el aislamiento voluntario, el alejamiento de los demás, la quietud...).

  • El abordaje químico (recordemos que, según Freud, el sufrimiento «sólo existe en tanto lo sentimos, y únicamente lo sentimos en virtud de ciertas disposiciones de nuestro organismo»).

  • La eliminación de excesos de represión innecesarios, recuperando parcelas de placer previamente rechazadas.

  • Compartir nuestras preocupaciones con determinados amigos, familiares u otras personas de confianza. Nos puede ayudar a ver mejor la realidad.

  • La ayuda profesional externa.

  • El ejercicio o el trabajo físico. Siendo el sufrimiento un hecho en gran parte mental, volver el foco hacia el cuerpo y quitárselo a la mente ayuda.

  • Las técnicas de relajación y meditación.

  • El refugio consciente en la imaginación, gracias también al disfrute del arte, de la música…

  • El amor (según Freud, este «no se conforma con la resignante y fatigada finalidad de eludir el sufrimiento, sino que la deja a un lado sin prestarle atención, para concentrarse en el anhelo primordial y apasionado del cumplimiento positivo de la felicidad»). (Por primera vez, Freud distingue entre placer y felicidad; y curiosamente al hablar del amor).

  • La sublimación. Esta opción, nombrada específicamente también por Freud, consiste en una desviación de los instintos o las pulsiones hacia un nuevo fin, por ejemplo hacia lo artístico o lo intelectual. En palabras suyas: «las satisfacciones de esta clase, como la que el artista experimenta en la creación, en la encarnación de sus fantasías; la del investigador en la solución de sus problemas y en el descubrimiento de la verdad, son de una calidad especial que seguramente podremos caracterizar algún día en términos meta psicológicos. Por ahora hemos de limitarnos a decir, metafóricamente, que nos parecen más “nobles” y más “elevadas”, pero su intensidad, comparada con la satisfacción de los impulsos instintivos groseros y primarios, es muy atenuada y de ningún modo llega a conmovernos físicamente». (Nuevamente vemos un "desliz" del, habitualmente, positivista Freud, quien se atreve a hablar ahora de "meta-psicología", es decir, de transcendencia).

  • La desaparición del problema o fuente de sufrimiento (esto es en ocasiones necesario, cuando el problema nos supera, o cuando las condiciones naturales no le permiten a nuestro cuerpo tener el equilibrio que requiere).

Como dice el propio Freud de la suya, esta lista es un tanto fragmentaria*. Pero no solo fragmentaria. Yo añadiría que insuficiente. Creo que todavía se puede ir un poco más allá.


*Además, prosigue Freud: «ninguna regla vale para todos; cada uno debe buscar por sí mismo la manera en que pueda ser feliz [...] desempeña un papel determinante la constitución psíquica del individuo, aparte de las circunstancias exteriores. El ser humano predominantemente erótico antepondrá los vínculos afectivos que lo ligan a otras personas; el narcisista, inclinado a bastarse a sí mismo, buscará las satisfacciones esenciales en sus procesos psíquicos íntimos; el hombre de acción nunca abandonará un mundo exterior en el que pueda medir sus fuerzas».


La búsqueda del placer continuo


Para continuar con nuestro análisis, creo que es importante darnos cuenta de un posible error que venimos cometiendo con respecto al concepto de placer, al relacionarlo siempre de forma inmediata con el de felicidad. Lo hemos hecho dejándonos llevar por Freud, pero, tal y como acabamos de observar arriba, él mismo se desdice de alguna manera. Y es que, al menos en ocasiones, placer no es felicidad (ni lo contrario de sufrimiento). Lo veíamos al hablar de la picadura de mosquito, donde el placer que sentimos al rascarnos se basa en un mero contraste dolor/no dolor, es decir, sin aporte neto, sin proyección y sin satisfacción espiritual alguna.

Yendo además un poco más lejos en esta posible dinámica nada positiva (nada feliz) del placer (dinámica “del tobogán”), vemos que el propio dolor podría acabar representando un goce en sí mismo, al asegurarnos de alguna forma la próxima dosis de placer. Y, si damos un paso más allá y nos situamos en el sufrimiento, ¿no quedarían ya reservadas con él todas las dosis por venir y de la mayor intensidad posible? Tentador para algunos.


"Only Happy When It Rains" - Garbage

 
Pongo un ejemplo personal: recuerdo que de pequeño me gustaba que mi madre me rascara la espalda (ella se negaba, pero yo insistía mucho). Me doy cuenta ahora a qué se debía. También llegué a hacer un ejercicio a todas luces absurdo: me ponía el despertador a las 6 de la mañana para así notar el placer de dormir y seguir haciéndolo hasta las 7. 

Resumiendo, el placer podría necesitar del dolor, y el sufrimiento ser ese “picor” que no paramos de rascar nunca en busca del placer continuo (y que podemos incluso llegar a provocar).

Además, y visto desde el ángulo opuesto, en el ser humano actual la simple ausencia de placer parecería implicar sufrimiento, como si existiera una línea muy fina entre ambos, sin prácticamente espacios de equilibrio intermedios.

Por cierto, muchas veces se ha dicho que el dinero mueve el mundo, pero ¿no será  también por el placer al que da acceso, como defensa frente al sufrimiento?

“Money Money” - Joel Grey y Liza Minnelli

Sin embargo, a mi entender, la estrategia pura del placer es tirar la toalla con respecto a la felicidad. Como lo es cualquier planteamiento defensivo o elusivo que nos impida ir hacia adelante con aquello que realmente nos satisface (por descubrir, eso sí). (De alguna manera, y quizás a través del sufrimiento, que siempre acecha, la vida nos “obliga” a ser felices).

La pregunta que surgiría ahora sería: ¿por qué llegamos a preferir el placer a la felicidad, a aquello que no necesita del dolor, que es gratis? ¿Quizás porque no creamos en ella? ¿Y por qué no creemos?

Antes de continuar, decir que el símil de la picadura de mosquito ha introducido indirectamente el importante concepto de la paciencia como elemento necesario para alejarse del pozo de entrada al sufrimiento. (Este concepto de paciencia también queda reflejado en la experiencia que nos proporciona nuestro propio cuerpo, que es capaz de dejar de requerirnos la satisfacción de un instinto que estuviera molestándonos. Por ejemplo, mientras dormimos se para la sensación de hambre que pudiéramos haber tenido antes. Incluso pueden llegar a desaparecer determinados dolores y, otrora, urgencias físicas).


Una cuestión de confianza



Aprovechando que estamos ante una experiencia personal, quizás sería interesante perseverar con el esfuerzo de introspección para extraer otros datos informativos de alcance, como por ejemplo, características comunes del padecimiento independientes de las fuentes que lo motiven (ya sean estas miedos, amenazas, dolor, dudas, rechazos, pérdidas, imposiciones…). Algunas de ellas ya han ido apareciendo. Así, en mi opinión, en el sufrimiento:
  1. Siempre existe una anticipación. No paramos de hacer cábalas de cómo evolucionará el problema, de sus posibles soluciones y de sus consecuencias. Es decir, la dimensión temporal, y en concreto el futuro, sería central, desarrollándose todo en el terreno de la imaginación. Además, la anticipación siempre es negativa: nos ponemos en lo peor, y vivimos la catástrofe por adelantado.
  2. Hay un sentimiento de imposibilidad o impotencia. No vemos salida y el pesimismo y el abatimiento se apoderan de nosotros (en realidad pensamos que no existe salida). 
  3. También, tenemos una sensación de urgencia. Deberíamos resolverlo cuanto antes y de una vez para siempre.
Como vemos, estas tres características (interrelacionadas entre sí) convierten al sufrimiento en un auténtico círculo vicioso (obsesión): buscamos soluciones sin parar, nos sentimos sin embargo condenados, sin alternativa, pero al mismo tiempo es urgente que salgamos de ahí. Y vuelta a empezar. Más allá de que la situación tenga o no solución (muchas veces sí que la tiene, por experiencia), es ya precisamente esta actitud de preocupación enfermiza la que vuelve irresoluble el problema. Al final es como si nos pegáramos un tiro en el pie.

A la luz de esto cobra cierto sentido esa frase hecha que todos hemos escuchado alguna vez, sobre todo en las películas estadounidenses: «No te preocupes, todo irá bien». Yo siempre me preguntaba: ¿cómo lo sabrán?, ¿con qué autoridad se atreven a decirlo? Pues bien, el efecto placebo, sobre todo cuando eres pequeño, puede llegar a funcionar. Y es que romper ese círculo vicioso es importante. Porque, como hemos visto, y valga la redundancia, el problema no es el problema, sino el vórtice en el que caemos. Desde fuera parece mágico: el miedo llama al fracaso, igual que la confianza al éxito.

Tirando de este hilo, pareciera que en el sufrimiento fuera clave una pérdida de fe, sobre todo cuando, sobrepasando su carácter mágico, se desvanece ante nosotros aquello en lo que creían quienes nos dijeron «No te preocupes, todo irá bien». En cualquier caso, ¿cómo y dónde recuperar la confianza? El psicoanálisis, entre otros, nos dice que, sobre todo, dentro.

Albert Gyorgy - “El vacío del alma”


Los apegos


Por último, otra cosa importante que hasta el momento se nos ha escapado con respecto al sufrimiento creo que es la autocrítica. Sí, porque la angustia, tal y como se decía arriba, parece también un mecanismo dirigido contra nosotros mismos (un tiro en el pie), algo que nos cuestiona y nos pide al tiempo una salida. Siguiendo con la enumeración, igualmente fragmentaria, sobre denominadores comunes en la experiencia del sufrimiento, dejé uno por nombrar que también teníamos esbozado, el 4: 
  1. Anticipación negativa
  2. Imposibilidad
  3. Urgencia
  4. Desplazamiento o externalización. Como se explicaba antes, en el sufrimiento tendemos a asociar detonantes con causas, y solo si somos capaces de pensar en profundidad llegamos a ver que lo que realmente nos hace sufrir no es el elemento superficial que aparece en primer término, sino otro u otros de fondo que pasan desapercibidos. Para localizarlos, ante un problema uno debe ponerse en el peor de los casos: ¿qué es lo más nefasto que me podría ocurrir? Como norma general veremos que al final no tememos ni a la inanición ni a la muerte, sino a dos tipos de cosas que están interconectadas entre sí: 
    • A perder algo a lo que tenemos apego.
    • A tener que depender de los demás.
Por ejemplo, si tu vecino te hace la vida imposible y sufres por ello sin parar, pero al mismo tiempo te cuesta enfrentarte con él, o, llegado el caso, no serías capaz de cambiar de casa para evitarlo (y perder de paso unos miles de euros en el traslado, por ejemplo), la causa de tu sufrimiento no son los ruidos o las faltas de respeto, sino la dificultad de queja (queja que pone en riesgo nuestra tendencia protectora a agradar) y el apego a un bien inmueble y al dinero, que son lo que en última instancia nos dan seguridad o confianza.

Evidentemente, no estoy diciendo que los apegos sean algo baladí, ni fácil de superar (en ocasiones es directamente imposible hacerlo, o inconveniente, o desproporcionado); tampoco digo que no contengan elementos estimables; tan solo estoy apuntando que no nos damos cuenta de lo que realmente nos acongoja, con lo que queda tapado… y poderoso. 

En cuanto a la dependencia de los demás (por ejemplo, si tienes que pedir dinero prestado para cambiarte de casa, o que te acojan en la de otros), es un poco similar. No queremos pedir a los demás porque pensamos que ellos serán igual que nosotros, que tendrán sus apegos y que les haremos una faena. Probablemente sea cierto (para empezar, seguramente no comprendan nuestra demanda), pero nuevamente vuelve a quedar oculta una resistencia egocéntrica propia (ahora proyectada) que es esencial nombrar (el Yo es muy importante, pero en ocasiones puede ser también nuestro peor enemigo). 

De igual manera, la pesadumbre por haber hecho algo mal puede muy bien esconder la dificultad para pedir perdón, origen real de la aflicción y a la que nos conduce nuestro orgullo. 


Corazón de cristal. Conclusión


Más allá del problema o de la contingencia concreta que le preceden, en el sufrimiento siempre hay una sensación de imposibilidad, de estancamiento, de condena. De parálisis. Es esa puerta cerrada lo que realmente nos angustia. El pensar que nada podremos hacer y que todo irá a peor: el pesimismo ante la derrota y la pérdida anticipadas, sin haber hecho lo suficiente o nada en absoluto* (en el fondo parecemos intuir que sí podría haber una solución: lo que en realidad nos aterra es nuestra impotencia o resistencia para descubrirla o para aplicarla -quizás porque la concebimos como una indignidad para el Yo-).

Imposibilidad de quejarse, de actuar (o de esperar), de pedir la ayuda oportuna, y, tras ello, miedo a desprendernos de posesiones, estatus, proyectos, costumbres, identificaciones, apariencias... apegos.

Unos apegos que con el tiempo suplantaron a la confianza original, esa cuya pérdida convirtió realmente nuestro corazón en un corazón de cristal y nos sacó del paraíso.


Blondie, "Heart if glass"

Once I had a love and it was a gas
Soon turned out had a heart of glass
Seemed like the real thing, only to find
Mucho mistrust, love's gone behind

Once I had a love and it was divine
Soon found out I was losing my mind
It seemed like the real thing but I was so blind
Mucho mistrust, love's gone behind

In between
What I find is pleasing and I'm feeling fine
Love is so confusing, there's no peace of mind
If I fear I'm losing you it's just no good
You teasing like you do

Once I had a love and it was a gas
Soon turned out had a heart of glass
Seemed like the real thing, only to find
Mucho mistrust, love's gone behind

Lost inside
Adorable illusion and I cannot hide
I'm the one you're using, please don't push me aside
We coulda made it cruising, yeah

La, da, da, la, la, la, la, la, la, la...

Yeah, riding high on love's true bluish light

Ooh, oh, ooh, oh...

Once I had a love and it was a gas
Soon turned out to be a pain in the ass
Seemed like the real thing only to find
Mucho mistrust, love's gone behind

--

Una vez tuve un amor y aquello fue un “gas”
Pronto resultó que (yo) tenía un corazón de cristal
Parecía definitivo, solo para descubrir
Mucha desconfianza, el amor se ha ido detrás

Una vez tuve un amor y aquello fue divino
Pronto descubrí que yo estaba perdiendo la cabeza
Parecía definitivo, pero yo estaba tan ciega
Mucha desconfianza, el amor se ha ido detrás

Mientras tanto
Lo que encuentro es placentero y me siento bien
El amor es tan confuso, no hay paz mental
Si temo que te estoy perdiendo, eso no está bien
Tú me provocas con lo que haces

Una vez tuve un amor y aquello fue un “gas”
Pronto resultó que (yo) tenía un corazón de cristal
Parecía definitivo, solo para descubrir
Mucha desconfianza, el amor se ha ido detrás

Perdida por dentro
Un adorable espejismo y no lo puedo ocultar
Soy yo a quien estás utilizando, no me apartes a un lado
Podríamos haberlo hecho en plan “crucero”**, sí

La, da, da, la, la, la, la, la, la, la...

sí, montando alto en la verdadera (inevitable) luz azulada (dolorosa) del amor

Ooh, oh, ooh, oh...

Una vez tuve un amor y aquello fue un “gas”
Pronto resultó que (yo) tenía un corazón de cristal
Parecía definitivo, solo para descubrir
Mucha desconfianza, el amor se ha ido detrás



*Si hay acción pero esta es precipitada y no adecuada, lo que hacemos es posponer el sufrimiento.

**Definiciones de "cruising" en el traductor de Google: 1. Acción de navegar en una zona sin un destino preciso, sobre todo por placer. 2. Acción de un niño pequeño de caminar sujetándose a muebles u otras estructuras, previo a aprender a andar sin apoyo.