domingo, 5 de julio de 2015

La suegra

De momento aparece en mi cabeza una música. Es una alegre marcha militar, silbada, muy conocida. ¿De dónde me ha venido a mí esto? Quiero saber cuál es... ¿pero cómo? Al buscador no se le puede silbar. Tampoco tengo la app. Pues nada, a lo bruto: busco "marcha militar silbada". Y ahí está, "la marcha del coronel Bogey". Y más información: se hizo muy famosa gracias a la película "El puente sobre el río Kwai" (1957). Habrá que verla, ¿no? Pues sí.


Como siempre, si tú lector no la has visto, igual te interesa hacerlo antes de seguir, porque en adelante la "destripo" (en el buen sentido, espero).

Un batallón de soldados ingleses hace su entrada en un campo militar. El entorno es selvático, exótico, algo funesto. La tropa llega silbando la animada tonadilla. Sin embargo, el campo es del enemigo, y ellos los nuevos prisioneros.

Aparte de la locura, lo único que permite a todo prisionero soportar su condición es la esperanza de dejar de serlo. Para ello hay a su vez dos opciones: huir o, menos habitual, reconvertir la situación (a lo que ayuda, como es el caso, que la prisión carezca de alambradas). Nicholson, el coronel a cargo de la tropa inglesa, optará por lo segundo, olvidando de paso la guerra que le llevó allí; algo que tampoco parecerá tener demasiado en cuenta el coronel Saito, mando japonés bajo el que han quedado sometidos.

Intentando por mi parte obviar lo mucho que Nicholson se pasa de moderno durante casi toda la película (más de tres pueblos), hay que reconocerle el valor de no ceder su dignidad humana ante el carcelero japonés. Su baza: que éste es a su vez prisionero de otras causas. Jugándola, no sin riesgo, conseguirá su propósito.

A cambio, Nicholson y sus soldados construirán un puente para Saito.

A priori, tender puentes es algo positivo; une dos partes antes separadas, facilita… ¿Qué puede tener de malo ayudar a construir uno? Además, la tropa lo agradecerá, se sentirá útil. Y podrán negociar mejoras en el trato. Pero hay un personaje, alguien que quizás no silbaba al entrar, que anticipa dudas al respecto. Es el médico de la compañía, el mayor Clipton. Su pragmatismo recoge una reserva que posiblemente ya estaba instalada en el espectador: ¿no perjudicará tal construcción a su coalición, proporcionando al enemigo una infraestructura que éste podría utilizar en su contra? ¿No sería mejor comportarse como prisioneros normales? Porque aunque en su pulso particular los coroneles Nicholson y Saito parecen haber olvidado que hay un mundo exterior al suyo, la realidad es que sus respectivos países siguen en la distancia planes ajenos a ellos. Con eso en mente, el mayor Clipton, sentado entre los restos de los árboles que han servido de pilares para la nueva obra, asistirá alejado a la inauguración-bautismo. Y cuando éste se torne en voladura acudirá y exclamará, claro: “¡Esto es una locura!”.

¿Pero a qué se refiere Clipton más en concreto? Yo pienso que a varias cosas, aunque sobre todo a una en particular: al dolor de ver destruido el noble simbolismo que todo puente encarna, y muertos a los que inocentemente a él se acogían. Un puente y un tren malogrados que son además paradigmas técnicos de la civilización que el mayor Clipton representa, por no mencionar las vidas humanas arruinadas de las que su profesión es estandarte de protección. El realismo de la escena (nada de maquetas), su brutal verosimilitud, apoyaría esta tesis.

Las guerras y las prisiones existen, y en ocasiones pueden superarse dentro de una convivencia respetuosa y constructiva. Hasta que llega alguien que desde su despacho ha pensado que deben continuar, y te las recuerda.